Existe un principio filosófico, según el cual no hay nada en el pensamiento o entendimiento que no esté previamente en los sentidos. Llevado a las relaciones personales, eso supone que primero conoces la materia, el envoltorio físico de la persona, y sólo después puedes reflexionar acerca de ella. Con Internet pasa lo contrario. Primero emites un código de señales pero no conoces la figura humana que está al otro lado del planeta. Después, cuando ya tienes un conocimiento de esa persona, puede producirse el conocimiento físico. ¿Pero supondrá el mismo fiasco que cuando encuentras un hombre que te gusta mucho físicamente y después te defrauda su alma? Antaño se establecían relaciones amorosas a través de cartas. Uno esperaba impaciente las noticias del amado, dormía con ellas bajo la almohada. A finales del siglo XX, el presente se llama Internet y el amor tiene sus símbolos a través del teclado.
Conocí a César a través de un chat. A partir del primer e-mail se estableció entre nosotros un diálogo fluido, una relación íntima pero etérea. Por varios meses creamos la ilusión de un romance pero ambos sabíamos que tarde o temprano aquello desaparecería en el espacio virtual. Parecía extraño contarle a un desconocido sin reservas mis pensamientos, pero esto era posible porque la distancia física servía de escudo, el conocimiento humano del revés. El hombre me envió algunas fotos, poseía su imagen pero faltaba lo más importante, la presencia. El ordenador mostraba lo que yo quería sin convivencias ni roces. Era más simple vaciar el corazón por escrito que hacerlo en vivo. Esta forma de relación me permitió una mayor desinhibición, libertad de movimientos. Creo que con el tiempo se hubiera convertido en una relación casi ideal, sin peleas, sexo seguro. Pero faltaba lo humano. Mi piel no se conformaba con el pensamiento, la pasión necesitaba el roce, la caricia hasta la saciedad. En la comunicación, si no tocas, no transmites sensaciones. Si no puedes extender los brazos y palparlos, no comunicas. Deseaba la mirada, la real, no la que tenía en una pantalla.
Conocí a César a través de un chat. A partir del primer e-mail se estableció entre nosotros un diálogo fluido, una relación íntima pero etérea. Por varios meses creamos la ilusión de un romance pero ambos sabíamos que tarde o temprano aquello desaparecería en el espacio virtual. Parecía extraño contarle a un desconocido sin reservas mis pensamientos, pero esto era posible porque la distancia física servía de escudo, el conocimiento humano del revés. El hombre me envió algunas fotos, poseía su imagen pero faltaba lo más importante, la presencia. El ordenador mostraba lo que yo quería sin convivencias ni roces. Era más simple vaciar el corazón por escrito que hacerlo en vivo. Esta forma de relación me permitió una mayor desinhibición, libertad de movimientos. Creo que con el tiempo se hubiera convertido en una relación casi ideal, sin peleas, sexo seguro. Pero faltaba lo humano. Mi piel no se conformaba con el pensamiento, la pasión necesitaba el roce, la caricia hasta la saciedad. En la comunicación, si no tocas, no transmites sensaciones. Si no puedes extender los brazos y palparlos, no comunicas. Deseaba la mirada, la real, no la que tenía en una pantalla.
Etiquetas: novela por entregas