11 dic 2007

Me contemplas tras la puerta
esperando que algo cambie.
Mientras tanto,
mi sombra
más conmovida que yo,
inicia la cuenta atrás.

A las cinco de la tarde,
allí donde el viento arrastró las hojas,
nadie espera que digas
What do you want from me?

Ahora,
como si fuese la última despedida,
tan solo resta,
empaquetar años de convivencia,
llorar la broma del destino,
abandonar el corazón que acecha.

Hágase
un minuto de silencio,
llueve.

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posted by Patricia Venti at 13:29 | 2 comments
Capítulo 6

En mi estómago crujía algo parecido a la desesperación. Tenía 4 kilos de naranjas debajo de la cama. Llegó un momento en que el solo olor me daba asco. Intenté dormir pero era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera comer. Me acordé de Charlot cuando colocaba un zapato en una olla, y veía a su compañero convertido en un gran pollo. El pago del alquiler había significado la ruina. Intenté conseguir trabajo, pero los alemanes no empleaban a los extranjeros ni para cuidar perros. Pregunté directamente en los negocios pero tampoco resultó. A fuerza de economizar en todo, por todo, me había vuelto hostil. Con el tiempo, mi desesperación no disminuía sino que iba en aumento. A primera hora de la mañana la lluvia había mojado las calles, el refugio se había convertido en prisión y para asegurarme una mínima subsistencia, salí. En el primer portal que vi, toqué el timbre y abrió una vieja mal encarada.

-Hace dos días que ...
-No tengo nada- dijo la mujer y cerró la puerta de inmediato.

Me detuve delante de una panadería a contemplar las pastas que no podía comprar. Pensé en robar pero me contuve y saqué de un cubo de basura un trozo de papel, lo partí en pequeñas piezas y los mastiqué sin ninguna idea fija. De repente se me ocurrió bajar al mercado y pedir los restos de comida en los puestos. Frente a los negocios, me dirigí al primer dependiente que encontré. <<¿No tendrá usted algunos huesos?>> dije. Me dio los desperdicios envueltos en un periódico, caminé deprisa con aquella porquería que despedía un olor nauseabundo y sentí arcadas. Probé taparme la nariz, pero volvieron las bascas. Las lágrimas empezaron a salir, me era imposible contener el llanto.
El sufrimiento era exactamente igual que cualquier otra cosa, si te dan demasiado acabas hundiéndote y el hecho de no tener nada se había convertido en una carga insoportable. Tiré los desechos en un cubo de basura y regresé a la pensión. En mi habitación, las hebras de la ficción me atormentaban: frente a la superficie luminosa de la ventana apareció una mujer con la cara desfigurada. En la desesperación tomé la biblia y leí algunos pasajes al azar “No os preocupéis por lo que vais a comer para vivir, ni por la ropa que os vais a poner. La vida vale más que la comida y el cuerpo más que la ropa. Fijaos en los cuervos, que no siembran ni cosechan, ni tienen granero ni traje; sin embargo se alimentan... Hombres de poca fe. Por lo tanto, no andéis afligidos, buscando qué vais a comer y qué vais a beber. Porque la gente del mundo anda tras todas estas cosas”.
La angustia no cesaba, volví a registrar todos los bolsillos, las chaquetas. Busqué en los bolsos, la mesilla de noche y por último, debajo de la cama. Pero nada, no conseguí ni un mísero centavo. Mi monedero estaba limpiamente vacío. No podía tenerme en pie por los vahídos. Solo lograba calmar los fuertes dolores de estómago bebiendo agua, el hambre había entrado por el aliento como un soplo en la garganta y el ayuno habitaba dentro de las venas. En los sueños buscaba alimentos y en vano movía los dientes atormentando mi garganta con una comida imaginaria. Tenía los brazos insensibles y los ojos irritados, no podía soportar la luz. Estaba en medio de una conmoción, en un espacio contrario a la armonía.


Capítulo 7

A través de Pancho conseguí trabajo como guardarropa en el Instituto Alemán-americano. El hombre -delante de los amigos se hacía pasar de subdirector pero en realidad limpiaba el edificio- había llegado a Alemania como exiliado durante la dictadura de Pinochet. Mi jornada laboral terminaba a las seis de la tarde, pero la mayoría de las veces me quedaba más tiempo para utilizar la fotocopiadora o llamar por teléfono. Por otra parte, el director era un cincuentón con bastantes kilos de más.
Un día fui a su despacho y vi a su secretaria sentada arriba del escritorio con la falda subida. Esperé un momento y carraspee. Sea breve, estoy en una reunión -dijo el sujeto muy serio. A lo que contesté: Perdone, era algo sin importancia. Vuelvo más tarde. Poco antes de marcharme, volvió a hablarme, Espere un minuto y sacó un billete de cien marcos del pantalón. Se lo devolví pero siguió insistiendo. Por segunda vez, rechacé su oferta. Entonces me tomó de la mano, Sea razonable, debe aprender a ver el lado positivo de las cosas. El olvido siempre tiene un precio. Dejé el dinero encima del escritorio y me fui. La situación se tornó tensa y a partir de ese momento los compañeros me hablaban lo imprescindible.

Una noche, después de un banquete, cuando todos los invitados ya se habían ido, Pancho me vio metiendo en una bolsa los restos de salmón que habían quedado en las bandejas. El hecho en sí, no era un crimen pero al enterarse el jefe, vino a verme. Es lamentable lo sucedido, ¿qué hago con usted?...estoy perdiendo la paciencia, al oírlo supe que pronto me despediría. Yo estaba cansada de aguantar caras agrias, un sueldo miserable, la espalda adolorida y unas piernas hinchadas. A la semana siguiente presenté mi dimisión y ya no volví más.


Esta historia continuará….

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posted by Patricia Venti at 10:07 | 0 comments
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