Deseo cerrarle el paso, la sujeto pero sigue moviéndose. Respira hondo y dice "soy tu madre". Refuto "pues ya no lo eres". Un alarido escapa de su boca "furcia". Me acerco al armario, siento un zarpazo en la espalda, reacciono con violencia, "deberías estar encerrada". Corro al cuarto y una excrecencia monstruosa me invade por completo. Destapo un frasco de seconal, lo vacío dentro de mí, el sufrimiento se detiene: pequeños pero intensos calambres indican que todavía hay vida, sirenas, llantos en medio de quejas, un vómito del más allá, otra vez de vuelta al infierno.
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