Llego a las siete en punto y me coloco en la primera fila. Del bolso extraigo los auriculares y me encierro en mi mp3: State of love and trust as I busted down the pretext. Sin still plays and preaches, but to have an empty court, uh huh...Al cabo de unos minutos siento la necesidad imperiosa de huir, de abandonar la sala como cenicienta en el país de las mentiras. Miro la puerta, el reloj avanza sin compasión, la gente sale y entra sin ubicarse en ninguna parte. Cinco, diez, quince minutos. Quizás no vendrá, me voy, no, no puedo. Mierda! Acaba de llegar, es él. Mi pulso se acelera, me mira rápidamente sin mutar el gesto. Comienza la presentación, sigo encerrada en la voz de mis pensamientos. Sus palabras no me interesan, aunque en algún momento alcanzo a escuchar un fragmento de la novela malísima que está leyendo. Veinte, cuarenta, sesenta minutos después termina aquella reunión de escritores de medio pelo, de esos que aparecen en los medios de comunicación con aspecto de saberlo todo y presumiendo de tener veinte libros en el mercado. Espero, no se acerca. Todo lo contrario, me da la espalda. Parece que desea irse pero lo detiene un amigo. Entonces decido arrancar la última página de este cuaderno y dársela. Sin mirarme, toma la hoja y la dobla guardándola en el bolsillo del pantalón. Intercambiamos pocas frases: breves, frías, convencionales. Finaliza el encuentro, camino hacia la salida y en la calle mientras fumo un cigarrillo, me digo: …irremediablemente los sueños terminan al abrir los ojos.
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