Trago un puñado de analgésicos, me persigue una jaqueca insidiosa. Treinta metros cuadrados no alcanzan para calmar el insomnio. Las ratas luchan por conciliar el sueño pero no deben enfrentarse a las pesadillas, ellas conocen lo que los hombres ignoran. La indiferencia no tiene peso, es un alarido hueco. Solo se trata de perderse, errar, lograr dormir. Veo filamentos torcidos flotando de un lado a otro. Paseo toda la noche, voy al baño, abro el grifo de la ducha y el agua me golpea la cara. Me gustaría distender el pecho para calmar tantos sentimientos contradictorios. Cada vez que doy un paso compruebo mi estrangulamiento. La noche no viene, ¿tristeza? No puedo hablar, espero largos minutos para ser juzgada, lucha cuerpo a cuerpo. Si alargo las manos solo encuentro cardos, una rosa marchita: el agua hiere. Alrededor de la boca, se expande un reguero de saliva. Hundo la hojilla en la piel, mis venas se abren, mana sangre pero no hay dolor, es como morderse la boca o la lengua sin saberlo, desollarse sin sentirlo. Mi vida es un video-tape imposiblemente veloz, las sombras se acercan, animal acorralado, toque de acoso, mea culpa.
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