Nadie me dijo a los 15 que me vería
distinta a los 40, que me dolería la espalda o ya no podría subir los
escalones corriendo de dos en dos o me enfermaría si caminaba bajo la lluvia.
Nadie me advirtió que al llegar a la madurez, el espejo solo reflejaría arrugas,
pliegues de grasa en la cintura. Desde hace años escribo en verso o en prosa, pinto
en las paredes o en cualquier papel que me encuentre. A veces me enamoro de
unos ojos o simplemente de un nombre que toco a través de la pantalla del
ordenador. Cuando me siento sola, beso a ese alguien que no escucho ni veo. Intercambio cartas y peleamos en
la letra, al pie de la letra, sin pie de pagina. Nunca al margen, siempre en el
centro mismo del deseo.
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