Mi querido C: te escribo desde el insomnio de las noches sin nombre. Tu silencio es como el agujero profundo de mi tumba. Es necesario olvidar que Ofelia se ahogo en su propio llanto. Voy y vengo por la habitación como un animal mal herido pero no hay de que preocuparse, he llorado lo justo, ni más ni menos. Mi imagen se ha vuelto turbia y no me reconozco. Tu lo sabes bien: soy una niña monstruo, llena de arrugas, piernas gordas y pechos caídos. Aquí me tienes, viviendo dentro de un frasco de cristal como una mosca, encerrada pero el encierro no es estar prisionera en una habitación. Mi encierro es la incapacidad de salir de mi misma. Tu eres mi infierno, mi encierro. No lo aguanto más, todos los espejos se han roto. Si, lo sé, no hace falta decirlo: me has rechazado como quien aparta de si un trapo viejo y sucio. En cuanto más quería estar contigo, más te alejabas. Así que te dejo volar mientras garabateo estas letras todos los días de tu ausencia. El dolor será breve, partiré antes del amanecer.