Sé que leerás estos versos
un día de invierno
cuando todo haya pasado
y siga pasando
en una habitación
donde las sábanas se enroscan
y una maleta habla del viaje mil veces postergado.
En la pantalla del ordenador
se agolpan imágenes sin sonido
en tanto,
mis ojos no encuentran el poema
leído hasta el cansancio.
Camino por la cocina
con un libro en la mano,
las líneas se cruzan,
tengo sed.
Sé que leerás estos versos
en un andén
mientras ves pasar el tren de las 7:50
y regresas corriendo escaleras abajo
hacia la desgracia que nunca te atreviste
a nombrar.
La desgarradura
no tiene nombre,
¿dónde situarla?
¿entre la amargura y la esperanza?
Sé que leerás estos versos
casi en el umbral del dolor,
a la espera de que todo cambie
para que todo siga igual.
No tengo nada
contra la vida,
conozco bien
el rumor de las hojas,
las primeras gotas de rocío,
el deseo recorriendo mis labios,
pájaros en pleno vuelo.
La cuestión es sencilla:
los suicidas poseemos
un don especial,
sabemos tallar nuestra tumba
palabra por palabra.
Sé que leerás estos versos,
tarde, antes de abandonar la oficina,
en la lasitud de una calle desierta.
Hace tiempo he traicionado
mi cuerpo
poseído por el desamor,
pero esto no importa,
solo se trata de una muerte lenta,
un viaje sin retorno,
ningún mensaje,
esta pasión más tibia que el agua,
sentimientos colmados de tristeza.
Etiquetas: Poema