Son las ocho de la mañana y he dormido cuatro horas. Un sentimiento de no estar en ninguna parte me inquieta. ¿Los sentimientos? ¿Me los comí? ¿Me atraganté?...Solo conozco el miedo. ¿Cuándo comenzó esta lucha por sobrevivir? ¿Acaso durante la infancia? Estoy contaminada de muerte, tengo que alejarme de las sombras porque algo lúgubre se acerca. ¿Cuántas noches tendré que esperar para encontrar respuestas? Una vieja carencia me persigue como la canción de la niña ciega en medio del parque. Estoy cansada de no poder más.
5 de julio
El amor es deseo y el deseo miedo. Me he dado cuenta que por veinticinco años he ahogado la ternura. El aislamiento ha agostado mi cuerpo, roto los árboles, hundido la rabia. No sé cómo ocupar el tiempo; paso un rato bañándome, luego preparo galletas, limpio el baño, hago las camas, llamo por teléfono. En una silla trato de leer o me enrosco los cabellos con los dedos. Después camino de un lado a otro dando vueltas en círculo. Todo se desdobla: el sol, los árboles, la acera. Estoy prisionera en la trampa de un amor sin amor, mejor que ningún otro, pues en ese punto estoy cerca del sueño, y el peor de todos, ya que no ofrece asidero para poder deshacerse de él.
22 de junio
Yo nací en una ciudad inexistente. Es hora de admitir que he vivido escabulléndome y por ello soy culpable. La realidad no es tan terrible. Sin embargo, el problema consiste en haber creído en que la literatura podía salvarme. Novelar las propias experiencias es fácil, sin embargo, narrar otras vidas requiere un punto de vista, una agudeza verbal, que yo no poseo. Hubiera sido imprescindible tener la voluntad de vencer la arrogancia, de confiar en un destino literario.