Pensé que llovía pero era solo el ruido de las hojas. Abrí la ventana y la ciudad me pareció ajena. Ayer llamé a Raúl, pero no estaba, así que le dejé un mensaje en el contestador: “Me marcho por unos días, te llamaré cuando regrese”. Luego caminé por el piso, tenía fiebre y su nombre me golpeaba. Empecé a repetir sin pausa una y otra vez: “No lo necesito”. Me dormí y al despertarme sólo pude decir su nombre. Estaba empapada en sudor, sentía vértigo, algo no funcionaba.
De alguna manera salí de la cama, lo llamé y le dije: “Estoy en el aeropuerto, en unos minutos sale mi avión para Lisboa”. Su voz sonaba más grave de lo normal y tan sólo se limitó a desearme buen viaje. Esperaba preguntas o algún reclamo. Anhelaba sus reproches casi como golpes, pero esta vez la indiferencia era su respuesta. Las arcadas me subían del estómago a la garganta, dejé de pensar. Después de unas horas logré tranquilizarme y llamé a Javier para que viniese a verme. Hacía casi un año que no estábamos juntos y sólo recurría a él en un acto de desesperación. Llegó bastante tarde, sin embargo salimos a tomar un poco de aire.
La conversación no era interesante, habían demasiados silencios que no se podían llenar con palabras. A pesar de conocernos bien, tenía la sensación de que estaba hablando con un extraño. Caminamos un rato bajo la llovizna fina, y por fin nos metimos en un bar que encontramos. El local estaba vacío, había colillas y papeles en el suelo. Pedimos dos cervezas y algo para picar. Javier comenzó a contarme algo sobre su exnovia y lo deprimido que estaba porque hacía tiempo no sabía nada de ella. La conversación era aburrida y me limitaba a contestarle con monosílabos. Yo pensaba en Raúl, en nuestras peleas sin sentido, me sentía culpable por haberle mentido pero no era la primera vez que lo hacía.
Al cabo de un rato, ya no teníamos de qué hablar, así que pagamos y nos fuimos. Antes de llegar a casa, Javier quiso entrar a una farmacia y comprar una caja de preservativos, no le hice el menor comentario pero me sentía un poco incomoda por la situación, no estaba segura si quería acostarme con él pero quería olvidar al otro hombre aunque solo fuese por un momento. Entramos al piso, nos desvestimos en la entrada, me empezó a tocar y sentí asco, por primera vez sus labios me resultaban pegajosos. Luego se abalanzó sobre mí, cerré los ojos y su lengua bajó hasta mi sexo, tenía frío, quizás escalofríos, me eché a un lado pero seguía besándome. Cuando por fin terminó, fui al baño y vomité.
Él -con su cuerpo apestoso a sexo- fue al cuarto y se acostó en mi cama, yo como pude me acomodé a su lado. En esa habitación era casi imposible dormir, la ventana daba a un patio interior y se oía todo: desde un viejo escupiendo cada diez minutos hasta un reloj despertador sonando de forma intermitente. El colchón era estrecho, el calor aumentaba y ese señor se empeñaba en abrazarme. Ya por conciliar el sueño me dijo:
-Hoy en la tarde vi a Patricia, me regaló una aspiradora y una lámpara.
-¿Y eso?- le pregunté, sorprendida.
-Se va de Madrid definitivamente.
-!Ah!
-Pero pasó algo extraño, mientras ella estaba acomodando cosas en una caja,
yo fui a su dormitorio a ver si quedaba ropa en el armario, y cuando lo abrí,
me lleve una sorpresa.
-¿Qué pasó?
-Dentro del ropero estaban pegadas varias fotos.
-¿Y qué tiene eso de raro?
-...Estaban llenas de alfileres.
-!Aaaah!
-Por favor, no vuelvas a hacer “Aaaah”.
-¿Acaso tienes miedo?, no me digas que te acostaste con ella.
-Pues sí y no sé por qué lo hice.
-!Aaaah!
-Si dices “Aaaah” otra vez, me voy.
-¿Qué pasó?
-Dentro del ropero estaban pegadas varias fotos.
-¿Y qué tiene eso de raro?
-...Estaban llenas de alfileres.
-!Aaaah!
-Por favor, no vuelvas a hacer “Aaaah”.
-¿Acaso tienes miedo?, no me digas que te acostaste con ella.
-Pues sí y no sé por qué lo hice.
-!Aaaah!
-Si dices “Aaaah” otra vez, me voy.
Por un rato estuvimos en silencio, Javier evidentemente tenía miedo. Esta historia me recordaba a Cecilia, una haitiana de cincuenta años con quien compartí piso por unos meses. Esta mujer era extremadamente obsesiva con la limpieza y el sexo. Tenía un amante más o menos de su edad que estaba casado y la visitaba todos los sábados de seis a diez de la noche. Cecilia decía que Rafael dejaría a su esposa cuando ella así lo dispusiera, pero la verdad era que el tiempo pasaba y el hombre seguía con su mujer y sin planes de separación. Un día me levanté de madrugada para ir al servicio y vi un resplandor que venía de la cocina. El escenario estaba decorado con varias velas negras, fotos y una pequeña muñeca desnuda llena de alfileres. En un primer momento me quedé sorprendida pero luego fui a su cuarto y le golpeé la puerta.
-¿Qué ocurre?
-Abre
-Pero es muy tarde, ¿qué pasa?
-Las velas en la cocina - le respondí subiendo el tono de la voz.
La mujer abrió y le pedí que desmontara el vudú. Yo me fui a mi cuarto, cerré con llave y traté de conciliar nuevamente el sueño, pero un temblor en todo el cuerpo no me dejaba. En la noche al regresar del trabajo, vi que sus cosas no estaban, se había marchado sin avisar. El piso me parecía tétrico y me daba miedo estar sola, así que me mudé.
Javier se movía sin parar de un lado a otro y en la mañana temprano tomó sus cosas y dio un portazo al salir. El tema de Raúl seguía pendiente por lo cual decidí llamarlo y decirle la verdad. Marqué su número lentamente y desee que no hubiese nadie en casa. Pero casi inmediatamente contestó y sentí miedo.
-¿Por qué has regresado tan pronto?
-No me fui.
-¿Cómo? - dijo sorprendido.
-Bueno, en realidad inventé lo del viaje para que me extrañases.
-¿Eres tonta o te haces?.
-No me hables de esa manera.
-Vaya métodos que utilizas para manipular a la gente.
Sabes una cosa, estoy harto de ti, no te aguanto más.
Esta noche paso por tu casa, tenemos que hablar.
Colgó sin despedirse y sentí nauseas. Me eché en la cama, trataba de leer pero no lograba concentrarme, el tiempo pasaba lentamente y sus palabras me venían a la mente :“Estoy harto de ti”,”estoy harto de ti”, “estoy harto de ti”. Tomé un tranquilizante y dormí toda la tarde. Casi eran las ocho cuando sonó el timbre, en la puerta estaba Raúl con un gran ramo de rosas amarillas y esto sólo podía augurar desgracias. Nos sentamos en la sala, me besó largamente y luego dijo: “No quiero verte nunca más en mi vida”. Lo miré sin entender nada. Él se levantó del sofá sin inmutarse, dio media vuelta y se fue.
Lloré un rato y sin querer vi su foto junto a las rosas, la tomé entre mis manos y lentamente la fui llenando de alfileres.
Patricia Venti
1999
Etiquetas: cuentos propios