A la espera del segundo volumen de Nymphomaniac, Lars
Von Trier ha tocado un acorde prometedor, que suena a obra maestra.
El argumento es aparentemente extremo, seguramente provocador y, quizás,
valiente. Sin embargo, el valor fílmico
estriba en la densidad filosófica que articula la historia; y en el magistral
uso de la ironía que la aglutina. Nymphomaniac
trasciende la típica dicotomía amor/sexo; y por supuesto no es en absoluto un
experimento pseudo-pornográfico.
Von Trier levanta toda una arquitectura narrativa entreverada de flashbacks.
Un sesentón judío (Seligman) recoge en un callejón, cual buen samaritano, a una cuarentona molida a golpes (Joe) y la
lleva a su propia casa, un piso modesto. Durante la noche, ambos conversan, y ella
rememora su devenir personal en forma de cinco capítulos que retratan el
universo ninfomaníaco de la protagonista, desde su infancia hasta su juventud
tardía.
Mente Relativista, Cuerpo Nietzscheano
Los diálogos en la casa de Seligman abren un conflicto sutil. Llena de
heridas visibles e invisibles, la mujer madura reniega de su historia ninfomaníaca,
afirma que dañó a otros, se resiente de su pasado. El judío mantiene una
posición balsámica y permisiva, y en cierto modo contrapuesta. Él es un
intelectual agnóstico, benéfico y perspectivista; ni cree en dogmas ni recela
de la vida. Por eso, cuanto más desgrana
la ninfómana su historia, más la recibe Seligman con inocencia: Para él, aquel
recuento de sexualidad desbordada es una manifestación vital, no dañina, no
reprochable.
En estos primeros compases Nymphomaniac
recrea una ontología de corte Nietzscheano,
una suerte de vitalismo que salmodia la vida instintiva. El sexo como voluntad sin culpa. Dentro de este marco desprejuiciado, se desarrollan las
andanzas de la joven Joe, trenzadas con escenas de ironía magistral e
hipérboles inolvidables, flashback tras flashback. Ahí está Joe, la niña
desenfrenada, que se masturba hasta colgada de las cuerdas del gimnasio (por
supuesto fuera de plano, pero el movimiento rítmico de la maroma no deja lugar
a dudas). Ahí viene Joe, la lolita épica, embutida en su mini-culotte
rojo-plástico, arrasando con los pacíficos viajeros del tren. Ahí va Joe, la
escultural veinteañera, una maquinaria perfecta de relojería fornicadora.
Von Trier retrata a la joven ninfómana (la debutante Stacey Martin) envuelta
en un aura de fragilidad y timidez morbosa. Pero, segura de desear su propio
instinto, camina siempre ‘Más allá del bien y del mal’. La joven no precisa de
la indulgencia de nadie, ni compadece a las mujeres de los maridos con quienes
copula -por supuesto sin un hálito de sentimiento amoroso: El problema no es el sexo; sino el amor, que son celos agregados al
sexo. Al cabo, por cada cien crímenes de amor, apenas hay uno de sexo,
viene a decir Joe en una de tantas líneas de guion memorables. Así, Joe la joven ninfómana parece triunfar a
su modo, concentrada en sus azacaneos corporales, sin más conflictos aparentes que
la logística de compaginar ocho horas de trabajo con diez contactos sexuales
diarios.
A cada revuelta narrativa, Nymphomaniac
substancia un giro filosófico más profundo acerca de la mente y el cuerpo. El
viejo Seligman es un ente intelectual alejado de la materialidad, y entregado
al pensamiento, a la música polifónica, a la pesca con caña. En el extremo opuesto del espectro, su
interlocutora, la cuarentona Joe, ha vivido decenios de sexo a toda máquina y está
anegada de corporeidad. Desde perspectivas tan distintas ambos juzgan una
historia de juventud: La andanza de una joven
ninfómana que guió su cuerpo y sus instintos con convicción, cual superhombre
Nietzscheano. En este punto, Seligman
rehúye sistemáticamente los juicios de valor, y aprueba cada episodio vital de Joe.
Desde la posición de privilegio que da
el haber experimentado toda su propia historia (incluyendo su final, que
desconoce Seligman), la cuarentona no parece ser tan indulgente consigo misma.
La pregunta sería: ¿qué es éso que espera a Joe al final de su propia
historia?
La ironía, motor narrativo
La ironía en Nymphomaniac no es
un recurso puntual, diseñado para espolear la atención del público en filmes de
sustancia precaria, cuando la curva de atención declina. En Nymphomaniac, la ironía en todas sus
variantes –sutil, fina, surrealista, grotesca, ácida, estrambótica- permea la
historia, deviene estilo, y sirve de fluido narrativo por el que discurre toda
la trama. Nymphomaniac Volumen I no
es un drama, ni una comedia; ni una fatalidad, ni una burla. Es una ironía
filosófica, y quién sabe si un género en sí mismo.
Por ejemplo, el metraje está preñado de relaciones tan irónicas como
surrealistas. Evidentemente, las embestidas de la desfloración de Joe atienden
a la sucesión matemática de los números de Fibonacci. Naturalmente, las
características de los amantes de Joe son armónicas, y respetan los principios
polifónicos de los motetes de Pier Luigi di Palestrina. Ni que decir tiene, los trucos para la pesca de la perca de río ejemplifican
las tácticas de seducción y posterior fornicación de pasajeros de tren. Para
que no quepa duda, las demostraciones matemáticas de semejantes relaciones aparecen
en pantalla, con todo un aparato gráfico que incluye curvas, ángulos y
ecuaciones. Este extraño universo irónico no es, sin embargo, una llamarada de
presuntuosidad intelectual gratuita, sino la argamasa por la que la historia de
Joe fluye desde el inicio hasta el fin. Y además es creíble y tiene sentido… en
el patio de butacas. Cuando quien escribe salió del cine y respiró aire frío, se
inquiría cómo Von Trier logra contar una historia de este modo, sin despertar
al espectador de su ensueño fílmico por hilaridad, incredulidad, o
extrañeza.
Y es que la continua ironía degrada el tema rápidamente, y transforma la
obra en pieza burlesca. Ejemplo, Monty
Pithon. Pero Nymphomaniac no destila,
ni por asomo, un sentido de chanza. Von Trier cuenta una historia seria, donde
el fluir irónico sirve para mantener el filme flotando unos centímetros por
encima de la tragedia. Porque el devenir
vital de la ninfómana Joe es de todo menos festivo.
Las fisuras de Joe, la
“Supermujer”
Joe no es un personaje plano. Stacey Martin, a pesar de actuar en su
primera película, le confiere matices suficientes para creer en Joe como un ser
real. Obviamente, esto implica niveles de profundidad que trascienden su
catarata habitual de actos carnales. La cuestión en este punto es si puede
retratarse una mujer real; y que al mismo tiempo, ésta sea una ninfómana segura
y feliz de sí misma; y por añadidura, que mantenga todas sus sensibilidades
alineadas perfectamente en semejante devenir vital.
En realidad es difícil que el superhombre Nietzscheano pueda existir más
allá de los discursos de Zaratustra, y surfee felizmente su existencia. Parecen
existir razones objetivas para recelar de la vida, incluyendo a eros y tanatos.
Joe, la supermujer, tarde o temprano asiste a la muerte del ser más querido, capea
su soledad, y sufre de amor no correspondido. Y es entonces cuando Von Trier hace cesar el
sonido de la ironía por algún instante, y vemos cómo la personalidad de Joe adquiriere
grietas que pronostican quiebras a futuro.
Es imposible saber cómo se resolverán éstas hasta que Nymphomaniac Volumen
II las exponga. Quizás Joe, necesité más,
y no logre resistir los avatares del movimiento de la vida, y entre en un
remolino dionisíaco. Quizás la seguridad apolínea se desvanezca, y surja la
tragedia. Posiblemente sea así, pero aún nos resta saber si Von Trier también
será capaz de contar tragedias en clave irónica.